
Toscana
El país del dolce far niente
La Toscana seduce, enamora y su visita se torna placentera
Hay muchas toscanas, la del Chianti, la de la Val d'Orcia y el brunello, la Toscana termal y la de las ciudades del tuffo, la de la Maremma más natural y playera…
En este reportaje nos centraremos en la Val d'Orcia reconocida por el Patrimonio de la Humanidad por sus valores. Suaves colinas de cereal moteadas de cipreses que inevitablemente conducen a una mansión. Burgos encumbrados inaccesibles en otros tiempos convertidos actualmente al turismo. Abadías donde aún resuenan los últimos canticos de las comunidades monásticas. La Toscana de la Val d'Orcia es todo esto y mucho más. Quizás ahora demasiado descubierta por el turismo que no duda en hacerse selfies delante de los monumentos sin importarles si están frente a una joya románica o gótica. Este es el peaje de la fama y el de la Toscana ha llegado a todos los rincones del planeta.

Siena, punto de partida
Visitar Siena es de obligado cumplimiento. Tras cruzar el recinto amurallado por alguna de sus más de media docena de puertas, todas las calles convergen a sus dos plazas principales: la del Duomo y la del Campo. Éxtasis para admirar el primero y imaginación al ver el segundo. Con forma de concha y una ligera inclinación hacia el Palazzo Pubblico, la mente vuela hacia el siglo XIII cuando cortesanos y plebeyos se pasean entre edificios cuya simetría sólo se ve afectada por la Torre de Mangia de 88 metros de altura. La imaginación también es necesaria para visualizar como en un espacio tan reducido, los alocados caballos con sus variopintos jinetes representantes de las contrade (distritos) de Siena, dan tres vueltas para hacerse con el drappellone. Es una celebración de gran arraigo popular que tiene lugar el 2 de julio y el 16 de agosto. Los días previos tienen lugar numerosos actos con un gran despliegue de colorido y fanfarrias.

Si el edificio gótico del Palazzo Publico fue el símbolo del poder de la república de Siena durante el Gobierno de los Nueve, el Duomo representa la fuerza de la iglesia. Combina elementos románicos y góticos aunque es este último estilo el que prevalece en el conjunto. La fachada tardó 600 años en completarse y en ella trabajaron los mejores artistas del momento como Giovanni Pisano. Justo detrás, el interior del Battisterio di San Giovanni está recubierto con los frescos más importantes del Renacimiento sienés.
El duomo de Siena es digno de visita así como la cripta, descubierta por casualidad a finales del siglo XX, alberga frescos de mitad del siglo XIII. Pasear por la ciudad es hacerlo entre una sucesión de palacios. Aquí con la bandera de la contrada del Drago.
Un paisaje de ensueño
Si nos dirigimos hacia la Val d'Orcia por la SP438 descubriremos uno de los paisajes más impresionantes. Las Crete Senesi son una secesión de colinas recubiertas de cereal cuyo color cambia según la época del año. Los cipreses siempre presentan marcan el camino hacia la hacienda mientras que entre el verde afloran sedimentos arcillosos grisáceos que alguien ha querido bautizar como paisaje lunar. Para mí nada más lejos de la realidad. Pocas personas han estado en la luna para poder corroborarlo; pero ni los cráteres son tan grandes ni creo que en la luna haya campos de cereal tan bien peinados.

La carretera serpentea entre este paisaje ondulado y hay que detener el vehículo a cada momento para poder inmortalizar las imágenes. El primer pueblo al que nos asomamos es Asciano, al que le siguen Buonconvento, Montalcino, San Quirico d'Orcia, Pienza, Monticchiello y Montepulciano, todos ellos protegidos con mayor o menor profusión por sus murallas y con muchas cosas que ofrecer. Por ejemplo Montalcino es la patria del Brunello, un vino que ha escalado precios privativos en el mercado. Elaborado con la uva sangiovese, la autóctona del territorio, se puede degustar en el complejo Sant'Agostino así como en la enoteca del castillo. Catas se ofrecen en cualquier tienda de recuerdos pero hay que huir de las ofertas de Brunello a precios rebajados. La producción está muy regulada: uvas locales de la variedad sangiovese, comercialización de cuatro a cinco años después de la vendimia y envejecer al menos dos años en barrica. Un Brunello se puede adquirir a partir de los 35€/botella y puede llegar hasta los 400€ como se puede ver si visitáis la enoteca. ¡Mejor probarlos después de subir a la torre!



Rocca d'Orcia vista desde la fortaleza de Castiglione d'Orcia. Colegiata románica en San Quirico d'Orcia. Vino Brunello en la enoteca del castillo de Montalcino.
Pero si hay que hablar de vinos en Montepulcino hay que probar su Vino Nobile. Docenas de bodegas y enotecas se reparten entre los dos kilómetro de su casco antiguo situado a 600 metros de altura. Algunas de ellas como Cantina Ercolani ofrecen bajar a sus entrañas y perderse por el laberinto de pasadizos y barricas.
De entre todos los pueblos puede que Pienza sea el más señorial. No es el típico borgo de la campiña toscana. Fue levantado desde cero en el siglo XV por Bartolomeo Piccolomini, un humanista que más tarde se convertiría en el papa Pio II. La plaza que lleva su nombre en el centro de la población, está rodeada por los edificios más importantes: el Palazzo Piccolomini, la Cattedrale dell'Assunta y el Palazzo Borgia que es la sede del Museo Diocesano.



Pienza es una ciudad con un innegable patrimonio. Además de la capital del Pecorino, el Palazzo Piccolomini combina el arte con la historia.
En la oración y el amaro está la salvación
En medio de todos estos pueblos dos abadías que debemos visitar: Monte Oliveto Maggiore y Sant'Antimo. La primera fue fundada en el siglo XIV y aún habita en ella una numerosa comunidad de monjes benedictinos. Un gran edificio de ladrillo rojo destaca entre un gran pinar salpicado de pequeños oratorios para que los monjes puedan redimir sus pecados. A la entrada del recinto protegido por una torre y puente levadizo, un restaurante ofrece cocina casera a los visitantes que lo deseen
Sant'Antimo se encuentra unos 10 km al sur de Montalcino y es uno de los mejores ejemplos de arquitectura románica del centro de la Toscana. Se alza en medio del valle y la torre de cuatro pisos se divisa desde lejos. Dicen que la fundó Carlomagno en el siglo VIII, pero esto es leyenda. Lo realmente auténtico es el Amaro del Cardinale que se vende en la farmacia del monasterio.


Monte Oliveto Maggiore y Sant'Antimo son dos abadías que vale la pena visitar
Aguas termales
Y para terminar un baño relajante en Bagno Vignoni. Sus aguas termales ya fueron descubiertas por los romanos y en medio del pueblo, en una gran piscina donde esta prohibido sumergirse, se puede ver como aflora el agua burbujeante del subsuelo. Esta discurre por lo que fueron antiguas termas y se precipita por la montaña hasta unas charcas muy elocuentes donde el agua azul contrasta con el blanco de las calcificaciones creadas a través de miles de años. Es una buena opción para relajarse de forma gratuita si no queremos acudir al balneario.


Más información
www.visittuscany.com/es/
www.italia.it/es/toscana/guia-historia-curiosidades
Texto y fotos: Àngels Castillo y Jordi Bastart